He visto a Zacarías visitar, con varios sacerdotes del país, una pequeña propiedad suya en las cercanías de Juta. Era un huerto con árboles frutales y una casita. Zacarías oró allí con sus compañeros, dándoles luego instrucciones y preparándolos para el servicio del Templo que les iba a tocar. También le oí hablar de su aflicción y del presentimiento de algo que habría de sucederle.
Marchó Zacarías con aquellos sacerdotes a Jerusalén, donde esperó cuatro días hasta que le llegó el turno de ofrecer sacrificio. Durante este tiempo oraba continuamente en el Templo. Cuando le tocó presentar el incienso, lo vi entrar en el Santuario, donde se hallaba el altar de los perfumes, delante de la entrada del Santo de los Santos. Encima de él, el techo estaba abierto, de modo que podía verse el cielo. El sacerdote no era visible desde el exterior. En el momento de entrar, otro sacerdote le dijo algo, retirándose de inmediato.
Cuando Zacarías estuvo solo, vi que levantaba una cortina y entraba en un lugar oscuro. Tomó algo que colocó sobre el altar, encendiendo el incienso. En aquel momento pude ver, a la derecha del altar, una luz que bajaba hacia él y una forma brillante que se acercaba. Asustado, arrebatado en éxtasis, le vi caer hacia el altar. El ángel lo levantó, le habló durante largo tiempo, y Zacarías respondía. Por encima de su cabeza el cielo estaba abierto y dos ángeles subían y bajaban como por una escala. El cinturón de Zacarías estaba desprendido, quedando sus ropas entreabiertas; vi que uno de los ángeles parecía retirar algo de su cuerpo mientras el otro le colocaba en el flanco un objeto luminoso. Todo esto se asemejaba a lo que había sucedido cuando Joaquín recibió la bendición del ángel para la concepción de la Virgen Santísima.
Los sacerdotes tenían por costumbre salir del Santuario inmediatamente después de haber encendido el incienso. Como Zacarías tardara mucho en salir, el pueblo, que oraba afuera, esperando, empezó a inquietarse; pero Zacarías, al salir, estaba mudo y vi que escribió algo sobre una tablilla. Cuando salió al vestíbulo muchas personas se agruparon a su alrededor preguntándole la razón de su tardanza; mas él no podía hablar, y haciendo signos con la mano, mostraba su boca. La tablilla escrita, que mandó a Juta en seguida a casa de Isabel, anunciaba que Dios le había hecho una promesa y al mismo tiempo le decía que había perdido el uso de la palabra.
Al cabo del tiempo se volvió a su casa. También Isabel había recibido una revelación, que ahora no recuerdo cómo. Zacarías era un hombre de estatura elevada, grande y de porte majestuoso.
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