Wednesday, 5 September 2018

X- IMÁGENES DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


Vi salir de la tierra una hermosa columna como el tallo de una flor. A semejanza del cáliz de una flor o la cabeza de la amapola que surgen de un pedúnculo, así salía de la columna una iglesia octogonal, resplandeciente, que permaneció firme sobre la columna. Esta subía hasta el centro de la iglesia como un pequeño árbol, cuyas ramas, divididas con regularidad, llevaban las figuras de la familia de la Santísima Virgen, las cuales, en esta representación de la fiesta, eran objeto de veneración particular. Estaban como sobre los estambres de una flor.

Santa Ana estaba colocada entre Joaquín y otro, quizás 
su padre. Debajo del pecho de Santa Ana vi una cavidad luminosa, como un cáliz y en ella la figura de un niño resplandeciente que se desarrollaba y crecía. Sus manitas estaban cruzadas sobre el pecho; de su cabecita inclinada partían infinidad de rayos que se dirigían hacia una parte del mundo. Me parece que no era en todas direcciones. Sobre otras ramas circundantes había varias figuras vueltas hacia el centro en actitud respetuosa.

En la iglesia vi un 
número infinito de santos en fila, rodeándola o formando coros, que se inclinaban, a rezar, hacia la Santa Madre. Se exteriorizaba el fervor más dulce y notábase una íntima unión en esta fiesta, que sólo podría compararse a la de un cantero de flores muy variadas, que agitadas por el aura suave girasen hacia el sol, como para ofrecer sus fragancias y sus colores al astro del cual recibían sus propios dones y su propia vida. Por encima de este cuadro simbólico de la festividad de la Inmaculada Concepción, se alzó el pequeño árbol luminoso con un nuevo vástago en la extremidad, y en esta segunda corona de ramas pude contemplar la celebración de una segunda etapa de la fiesta.

Aquí 
María y José estaban hincados de rodillas y algo más abajo, delante de ellos, Santa Ana. Todos adoraban al Niño Jesús, sentado, con el globo del reino en la mano, en lo más alto del tallo, rodeado de un resplandor maravilloso. En torno de este cuadro veíanse a corta distancia varios coros: los de los Reyes Magos, de los pastores, de los apóstoles y discípulos, mientras otros santos formaban círculos algo más alejados del centro. Observé en las alturas algunas formas más difusas: los coros celestiales. Más alto aún, el brillo como de un medio sol penetraba atravesando la cúpula de la iglesia. Parecía indicar este segundo cuadro la proximidad de la fiesta de la Natividad que sigue a la Inmaculada Concepción. Cuando apareció el primer cuadro me pareció hallarme fuera de la iglesia, bajo la columna, en un país circundante; después me encontré dentro de ella.

Vi 
a la pequeña María creciendo en el espacio luminoso, debajo del corazón de Santa Ana. Me sentía penetrada de la íntima convicción de la ausencia absoluta de toda mancha original en la Concepción de María. Leí esto con toda claridad como se lee un libro y lo comprendí entonces perfectamente. Me fue dicho que en otros tiempos hubo en este lugar una iglesia levantada en memoria de esta gracia inestimable otorgada por Dios; pero que fue entregada a la destrucción a causa precisamente de las muchas disputas y escándalos que se suscitaron a raíz de las controversias acerca de la Inmaculada Concepción de María. Entendí también estas palabras: “En cada visión permanece un misterio hasta que se haya realizado”. La Iglesia triunfante sigue celebrando allí mismo la fiesta de la Inmaculada Concepción. 


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