Vi la tierra de Palestina reseca por falta de lluvia y a Elías subiendo con dos servidores al monte Carmelo; al principio, a lo largo de la ladera; luego sobre escalones, hasta una terraza, y después de nuevo sobre escalones en una planicie con una colina que tenía una cueva hasta la cual llegó. Dejó a sus servidores sobre la ladera de la planicie para que mirasen al mar de Galilea, que aparecía casi seco, con honduras, pantanos y hoyos llenos de peces y animales muertos. Elías se inclinó sobre sí hasta poner su cabeza sobre las rodillas, se cubrió y clamó con fuerza a Dios. Por siete veces llamó a sus siervos, preguntándoles si no veían alguna nube levantarse sobre el mar. Finalmente vi que en medio del mar se levantaba una nubecilla blanca, de la cual salió otra nube negra, dentro de la cual había una figura blanca; se agrandó y en lo alto se abrió ampliamente. Mientras la nube se levantaba, vio Elías dentro de ella la figura de una Virgen luminosa. Su cabeza estaba coronada de rayos, los brazos levantados en forma de cruz, en una mano una corona de victoria y el largo vestido estaba como sujeto bajo los pies. Parecía que flotaba y se extendía sobre la tierra de Palestina.
Elías reconoció cuatro misterios de la Virgen Inmaculada que debía venir en la séptima época del mundo y de qué estirpe debía venir; vio también a un lado del mar un árbol pequeño y ancho, y al otro, uno muy grande, el cual echaba sus ramas superiores en el árbol pequeño. Observé que la nube se dividía. En ciertos lugares santificados, donde habitaban hombres justos que aspiraban a la salvación, dejaba la nube como blancos torbellinos de rocío, que tenían en los bordes todos los colores del arco iris, y vi concentrarse en ellos la bendición, como para formar una perla entro de su concha. Fuéme explicado que era ésta una figura profética y que en los lugares bendecidos donde la nube había dejado caer los torbellinos hubo cooperación real en la manifestación de la Santísima Virgen.
Vi enseguida un sueño profético, en el cual, durante la ascensión de la nube, conoció Elías muchos misterios relativos a la Santísima Virgen. Desgraciadamente, en medio de tantas cosas que me perturban y me distraen, he olvidado los detalles, como también otras muchas cosas. Supo Elías que María debía nacer en la séptima edad del mundo; por esto llamó siete veces a su servidor. Otra vez pude ver a Elías que ensanchaba la gruta sobre la cual había orado y establecer una organización más perfecta entre los hijos de los profetas. Algunos de ellos rezaban habitualmente en esta gruta para pedir la venida de la Santísima Virgen, honrándola desde antes de su nacimiento. Esta devoción se perpetuó sin interrupción, subsistió gracias a los esenios, cuando estaba ya sobre la tierra, y fue observada más tarde por algunos ermitaños, de los cuales salieron finalmente los religiosos del Carmelo.
Elías, por medio de su oración, había dirigido las nubes de agua según internas inspiraciones: de otro modo se hubiera originado un torrente devastador en lugar de lluvia benéfica. Observé como las nubes enviaron primero el rocío; caían en blancas líneas, formaban torbellinos con los colores del arco iris en los bordes, y finalmente caían en gotas de lluvia. Reconocí en esto una relación con el maná del desierto, que por la mañana aparecía rojizo y denso cubriendo el suelo como una piel que se podía extender. Estos torbellinos corrían a lo largo del Jordán, y no caían en todas partes, sino en ciertos lugares, como en Salén, donde Juan debía más tarde bautizar. Pregunté qué significaban los bordes rojizos, y se me dio la explicación de la concha del mar, que tiene también estos multicolores bordes, que expuesta al sol absorbe los colores y purificada de colores se va formando en su centro la madreperla blanca y pura.
No puedo explicar mejor todo esto; pero se me dio a entender que ese rocío y esa lluvia significaba mucho más de lo que podía ser considerándolo sólo un refrescamiento de la tierra sedienta. Entendí que sin ese rocío la venida de María se hubiese retardado cien años, mientras las descendencias que se nutren de los frutos de la tierra, y se ennoblecen por el aplacamiento y la bendición del suelo, realzasen de nuevo esas descendencias recibiendo la carne la bendición de la pura propagación. La figura de la madreperla se refería a María y a Jesús. Además de la aridez de la tierra por falta de lluvia, observé la esterilidad de los hombres, y cómo los rayos del rocío caían de descendencia en descendencia, hasta la substancia de María. No puedo decirlo mejor. A veces presentábanse sobre los bordes multicolores una o varias perlas en forma de rostro humano que parecía derramar un espíritu que volvía luego a brotar con los demás.
No comments:
Post a Comment