Wednesday, 5 September 2018

XVII- LA NIÑA RECIBE EL DULCE NOMBRE DE MARÍA



Hoy vi una gran fiesta en casa de Ana. Los muebles habían sido cambiados de lugar y puestos a un lado en las habitaciones del frente. Los tabiques de juncos, que formaban habitaciones separadas, habían sido quitados para poder disponer una gran mesa. En torno de la sala vi una mesa amplia, baja, llena de platos y fuentes para la comida. En el centro se había levantado un altar cubierto con un paño rojo y blanco, sobre el cual había una cunita también de rojo y blanco y una colcha celeste. Al lado del altar había un atril cubierto, con rollos de pergamino conteniendo oraciones. Delante del altar había cinco sacerdotes de Nazaret con vestimentas de ceremonias. Joaquín estaba con ellos. En el fondo, en torno del altar, había mujeres y hombres, parientes de Joaquín, todos con trajes de fiesta.

Recuerdo a la hermana de Ana, Maraha de Séforis y a su hija mayor. Santa Ana había dejado el lecho; pero no asistió a la ceremonia, quedándose en la habitación, detrás del hogar. Enue, la hermana de Isabel, trajo a la pequeña María, poniéndola en brazos de Joaquín. Los sacerdotes se colocaron delante del altar, cerca de los rollos y recitaron en alta voz las oraciones. Joaquín entregó a la niña al principal de ellos, el cual alzándola en el aire, mientras rezaba, como para ofrecerla a Dios, la dejó luego en su cuna, sobre el altar. Tomó después unas tijeras de forma particular, con las cuales cortó tres pequeñas guedejas de cabello a ambos lados de la cabeza y la frente de la criatura, quemándolas en el brasero. Tomó luego una caja que contenía aceite y ungió los cinco sentidos de la niña, tocándole con el pulgar las orejas, los ojos, la nariz, la boca y el hueco del estómago. Sobre el pecho de la criatura colocó un pergamino donde estaba escrito el nombre de María. Luego se cantaron salmos y se sirvió la comida, la cual no pude ver.

Varias semanas después del nacimiento de María, vi a Joaquín y a Ana que iban con la Niña al templo para ofrecer un sacrificio. La presentaron al templo con vivos sentimientos de piedad y agradeciendo a Dios de un modo parecido a lo que más tarde hizo la Virgen Santísima cuando presentó al Niño Jesús y lo rescató del templo, según las prescripciones de la ley. Al día siguiente entregaron su ofrenda, prometiendo consagrar la niña a Dios en el templo dentro de algunos años. Después volvieron a Jerusalén. 

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