María era de tres años de edad y tres meses cuando hizo el voto de presentarse en el templo entre las vírgenes que allí moraban. Era de complexión delicada, cabellera clara un tanto rizada hacia abajo; tenía ya la estatura que hoy en nuestro país tiene un niño de cinco a seis años. La hija de María Helí era mayor en algunos años y más robusta. He visto en casa de Ana los preparativos de María para ser conducida al templo. Era una fiesta muy grande. Estaban presentes cinco sacerdotes de Nazaret, de Séforis y de otras regiones, entre ellos Zacarías y un hijo del hermano del padre de Ana. Ensayaban una ceremonia con la niña María. Era una especie de examen para ver si estaba madura para ser recibida en el templo. Además de los sacerdotes estaban presentes la hermana de Ana de Séforis y su hija, María Helí y su hijita y algunas pequeñas niñas y parientes. Los vestidos, en parte cortados por los sacerdotes y arreglados por las mujeres, le fueron puestos en esta ocasión a la niña en diversos momentos, mientras le dirigían preguntas.
Esta ceremonia tenía un aire de gravedad y de seriedad, aun cuando algunas preguntas estaban hechas por el anciano sacerdote con infantil sonrisa, las cuales eran contestadas siempre por la niña, con admiración de los sacerdotes y lágrimas de sus padres. Había para María tres clases de vestidos, que se pusieron en tres momentos. Esto tenía lugar en un gran espacio junto a la sala del comedor, que recibía la luz por una abertura cuadrangular abierta en el techo, a menudo cerrada con una cortina. En el suelo había un tapete rojo y en medio de la sala un altar cubierto de paño rojo y encima blanco transparente. Sobre el altar había una caja con rollos escritos y una cortina que tenía dibujada o bordada la imagen de Moisés, envuelto en su gran manto de oración y sosteniendo en sus brazos las tablas de la ley.
He visto a Moisés siempre de anchas espaldas, cabeza alta, nariz grande y curva, y en su gran frente dos elevaciones vueltas un tanto una hacia otra, todo lo cual le daba un aspecto muy particular. Estas especies de cuernos los tuvo ya Moisés desde niño, como dos verrugas. El color de su rostro oscuro de fuego y los cabellos rubios. He visto a menudo semejante especie de cuernos en la frente de antiguos profetas y ermitaños y a veces una sola de estas excrecencias en medio de la frente.
Sobre el altar estaban los tres vestidos de María; había también paños y lienzos obsequiados por los parientes para el arreglo de la niña. Frente al altar veíase, sobre gradas, una especie de trono. Joaquín, Ana y los miembros de la familia se encontraban reunidos. Las mujeres estaban detrás y las niñas al lado de María. Los sacerdotes entraron con los pies descalzos. Había cinco, pero sólo tres de ellos llevaban vestiduras sacerdotales e intervenían en la ceremonia.
Un sacerdote tomó del altar las diversas prendas de la vestimenta, explicó su significado y presentólas a la hermana de Ana, Maraha de Séforis, la cual vistió con ellas a la niña María. Le pusieron primero un vestidito amarillo y encima, sobre el pecho, otra ropa bordada con cintas, que se ponía por el cuello y se sujetaba al cuerpo. Después, un mantito oscuro con aberturas en los brazos; por arriba colgaban algunos retazos de género. Este manto estaba abierto por arriba y cerrado por debajo del pecho. Calzáronle sandalias oscuras con suelas gruesas de color amarillo. Tenía los cabellos rubios peinados y una corona de seda blanca con variadas plumas. Colocáronle sobre la cabeza un velo cuadrado de color ceniza, que se podía recoger bajo los brazos para que éstos descansaran como sobre dos nudos. Este velo parecía de penitencia o de oración.
Los sacerdotes le dirigieron toda clase de preguntas relacionadas con la manera de vivir las jóvenes en el templo. Le dijeron, entre otras cosas: “Tus padres, al consagrarte al templo, han hecho voto de que no beberás vino ni vinagre, ni comerás uvas ni higos. ¿Qué quieres agregar a este voto?... Piénsalo durante la comida”. A los judíos, especialmente a las jóvenes judías, les gusta mucho el vinagre, y María también tenía gusto en beberlo. Le hicieron otras preguntas y le pusieron un segundo género de vestido. Constaba éste de uno azul celeste, con mantito blanco azulado, y un adorno sobre el pecho y un velo transparente de seda blanca con pliegues detrás, como usan las monjas. Sobre la cabeza la pusieron una corona de cera adornada con flores y capullos de hojas verdes. Los sacerdotes le pusieron otro velo para la cara: por arriba parecía una gorra, con tres broches a diversa distancia, de modo que se podía levantar un tercio, una mitad o todo el velo sobre la cabeza. Se le indicó el uso del velo: cómo tenía que recogerlo para comer y bajarlo cuando fuese preguntada.
Con este vestido presentóse María con los demás a la mesa: la colocaron entre los dos sacerdotes y uno enfrente. Las mujeres con otros niños se sentaron en un extremo de la mesa, separadas de los hombres. Durante la comida probaron los sacerdotes a la niña María en el uso del velo. Hubo preguntas y respuestas. También se le instruyó acerca de otras costumbres que debía observar. Le dijeron que podía comer de todo por ahora dándole diversas comidas para tentarla. María los dejó a todos maravillados con su forma de proceder y con las respuestas que les daba. Tomó muy poco alimento y respondía con sabiduría infantil que admiraba a todos. He visto durante todo el tiempo a los ángeles en torno a ella, que le sugerían y guiaban en todos los casos.
Después de la comida fue llevada a la otra sala, delante del altar, donde le quitaron los vestidos de la segunda clase para ponerle los de la tercera. La hermana de Santa Ana y un sacerdote la revistieron de los nuevos vestidos de fiesta. Era un vestido color violeta con adorno de paño bordado sobre el pecho. Se ataba de costado con el paño de atrás, formaba rizos y terminaba en punta por debajo. Pusiéronle un mantito violeta más amplio y más festivo, redondeado por detrás, que parecía una casulla de misa. Tenía mangas anchas para los brazos y cinco líneas de adornos de oro. La del medio estaba partida y se recogía y cerraba con botones. El manto estaba también bordado en las extremidades. Luego se le puso un velo grande: de una parte caía en blanco y de otra en blanco violeta sobre los ojos. Sobre esto colocáronle una corona cerrada, con cinco broches, que constaba de un círculo de oro, más ancho arriba, con picos y botones. Esta corona estaba revestida de seda por fuera, con rositas y cinco perlas de adorno; los cinco arcos terminales eran de seda y tenían un botón. El escapulario del pecho estaba unido por detrás; por delante, tenía cintas. El manto estaba sujeto por delante sobre el pecho.
Revestida en esta forma fue la niña María llevada sobre las gradas del altar. Las niñas rodeaban el altar de uno y otro lado. María dijo que no pensaba comer carne ni pescado ni tomar leche; que sólo tomaría una bebida hecha de agua y de médula de junco, que usaban los pobres y que pondría a veces en el agua un poco de zumo de terebinto. Esta bebida es como un aceite blanco, se expande, y es muy refrescante aunque no tan fina como el bálsamo. Prometió no gustar especias y no comer en frutas más que unas bayas amarillas que crecen como uvas. Conozco estas bayas: las comen los niños y la gente pobre. También dijo que quería descansar sobre el suelo y levantarse tres veces durante la noche para rezar. Las personas piadosas, Ana y Joaquín lloraban al oír estas cosas. El anciano Joaquín, abrazando a su hija, le decía: "¡Ah, hija! Esto es muy duro de observar. Si quieres vivir en tanta penitencia creo que no te podré ver más, a causa de mi avanzada edad". Era una escena muy conmovedora. Los sacerdotes le dijeron que se levantara sólo una vez, como las demás, y le hicieron otras propuestas para mitigar sus abstinencias. Le impusieron comer otros alimentos, como el pescado, en las grandes festividades.
Había en Jerusalén, en la parte baja de la ciudad, un gran mercado de pescados, que recibía el agua de la piscina de Bethseda. Un día qué faltó el agua, Herodes el Grande quiso construir allí un acueducto, vendiendo, para lograr dinero, vestiduras sacerdotales y vasos sagrados del templo. Por este motivo hubo un intento de sublevación, pues los esenios, encargados de la inspección de las vestiduras sacerdotales, acudieron a Jerusalén de todas partes del país y se opusieron firmemente. Recordé en este momento estas cosas.
Por último dijeron los sacerdotes: "Muchas de las otras niñas que van al templo sin pagar su manutención y sus vestidos, se comprometen, con el consentimiento de sus padres, a lavar los vestidos de los sacerdotes manchados con la sangre de las víctimas, y otros paños burdos, trabajo muy pesado que lastima las manos. Tú no necesitas hacer esto, porque tus padres te costean tu manutención". María respondió prontamente que quería hacer también eso, si era tenida por digna de hacerlo. Joaquín se emocionó grandemente al oírla. Mientras se hacían estas ceremonias vi que María, en varias ocasiones, había crecido de tal modo ante ellos, que los superaba en altura. Era una señal de la gracia y de su sabiduría. Los sacerdotes se mostraron serios, con grata admiración.
Por último fue bendecida la niña María por el sacerdote. La he visto de pie sobre el tronito resplandeciente. Dos sacerdotes estaban a su lado; otro, delante. Los sacerdotes tenían rollos en las manos y rezaban preces sobre ella con las manos extendidas. Tuve una admirable visión de María. Me parecía que por la bendición se hacía transparente. Vi una gloria de indescriptible esplendor y dentro de ella el misterio del Arca de la Alianza como si estuviese en un brillante vaso de cristal, Luego vi el corazón de María que se abría en dos como una puertecita del templete, y el misterio sacramental del Arca de la Alianza penetró en su corazón. En torno de este misterio había formado un tabernáculo de variadas y muy significativas piedras preciosas. Entró en el corazón, como el Arca en el Santísimo, como el Ostensorio en el tabernáculo.
Vi a la niña María como transformada, flotando en el aire. Con la entrada del sacramento en el corazón de María, que se cerró luego, lo que era figura pasó a ser realidad y posesión, y vi que la niña estuvo desde entonces como penetrada de una ardorosa concentración interior. Vi también, durante esta visión, que Zacarías recibió una interna persuasión o una celestial revelación de que María era el vaso elegido del misterio o sacramento. Había recibido él un rayo de luz que yo vi salir de María.
Después de esto condujeron los sacerdotes a la niña adonde estaban sus padres. Ana levantó a su hija en alto y estrechándola contra su pecho la besó con interna dulzura y afecto, mezclada de veneración. Joaquín, muy conmovido, le dio la mano, lleno de admiración y veneración. La hermana mayor de María Santísima, María de Helí, abrazó a la niña con más vivacidad que Santa Ana, que era una mujer muy reservada, moderada y muy medida en todos sus actos. La sobrinita, María Cleofás, le echó los brazos al cuello, como hacen las criaturas. Después los sacerdotes tomaron a la niña de nuevo, le quitaron los vestidos simbólicos y le pusieron sus acostumbrados vestidos. Todavía los he visto de pie, tomando algún líquido de un recipiente, y luego partir.
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